Los terremotos han llamado la atención de todas las culturas desde el inicio de los tiempos. Un fenómeno natural tan espectacular y con una fuerza destructiva tan poderosa necesariamente ha creado a su alrededor toda una serie de mitos y leyendas que, a lo largo de los años, intentaron explicar su naturaleza y sus efectos.
El reciente terremoto de Tohoku del 11 de marzo fue un espantoso recordatorio de que a pesar de los enormes avances científicos la predicción de cuándo y dónde se producirá el siguiente terremoto de gran magnitud es todavía imposible. Aún en una nación como Japón, que cuenta con la tecnología y la instrumentación más modernas y cuya población es sin duda la mejor preparada del mundo para un terremoto, el evento de Tohoku tomó por sorpresa a todos. Como reconoce Robert Geller, geofísico de la Universidad de Tokio en un reportaje de Science[i], los terremotos más importantes parecen ser siempre los que no son esperados por los científicos.
De acuerdo con la mitología japonesa, los terremotos se producen debido a los violentos movimientos de un gigantesco siluro perteneciente a los yokai o monstruos japoneses relacionados con las desgracias, este monstruo de nombre Namazu es un bagre o pez-gato que habita en las profundidades, en el interior de la Tierra y que cada vez que se mueve produce terremotos debido a su fuerza incontrolable. Su cola yace bajo las provincias de Hidachi y Shinosa, y el cuerpo sostiene todo el archipiélago japonés. En el centro de la espalda de Namazu sobresale una enorme piedra llamada Kaname-ishi que hace de piedra angular de la tierra, el punto en el que cruzan todas las deidades y el enclave defensivo del mundo espiritual que mantiene las fuerzas negativas de la naturaleza bajo control. Esta piedra surge en el jardín del templo del dios Kashima Daimiojin, quien es el guardián de la criatura y le sirve para mantenerlo inmovilizado y controlar los espasmos del pez, cuando Kashima se distraía del ser y dejaba de presionar sobre la roca, el gigantesco siluro se movía y es entonces que se producen los temblores de tierra.
En los últimos meses del año, el guardián Kashima tenía que acudir al santuario de Izumo (Izumo taisha) para realizar reuniones con otras deidades, lo que significaba que no se podía quedarse cuidando la Kaname-ishi, entonces recurría a Ebisu, una diosa tranquila y pacífica, conocida por ser una de las deidades de la buena suerte, debido a la gran fuerza y mal genio de Namazu, a esta diosa se quedaba difícil mantenerlo a raya ,así que como podía trataba de controlar los violentos movimientos del siluro sin mucho éxito hasta que Kashima llegaba. Esta sería la explicación de un terremoto violento, sus replicas, y la desaparición de las mismas.
Las primeras referencias históricas acerca de la conexión de Namazu y los violentos terremotos provienen de una carta de Toyotomi Hideyoshi, quien unificó Japón a finales del siglo XVI. En los últimos años de su vida construyó un castillo en el distrito de Fushimi en Kioto y lo quiso proteger contra los terremotos, especificando medidas de seguridad contra los movimientos de Namazu. También en un verso del poema Edo Sangin de Matsuo Basho, publicado en 1678, se hace conexión de los terremotos con los movimientos de Namazu. Hacia mediados del siglo XIX, se refuerza esa hipótesis.
Tras el terremoto que arrasó Edo (actual Tokio) en 1855, se publicaron entre 200 y 300 dibujos xilográficos (ukiyo-e) llamados namazu-e. Algunos fueron vendidos como pergaminos para proteger a su propietario de futuras desgracias, y en otros casos alabando a la criatura al crear terremotos para cambiar el mundo de manera positiva, siendo adorado como un yonaoshi daimyōjin (deidad de la rectificación del mundo).
El Gran Terremoto de Hanshin Awaji en 1995 derribó muchos edificios modernos en el área de Kobe, pero ninguna de las 13 pagodas de tres pisos en los alrededores de la Prefectura de Hyogo resultó dañada. ¿Qué misterios envuelven a las pagodas que las hacen inmune a los terremotos?
Según el arquitecto japonés Ueda Athushi las pagodas japonesas de madera (Go ju no to: Torres de cinco láminas) esconden secretos de más de mil años que hablan de una preocupación de sus constructores por evitar los daños de los movimientos de Namazu. Por un lado las conexiones entre las distintas piezas estructurales no se realizan mediante clavos metálicos sino con tacos o elementos (tipo “cola de milano”, etc.) de madera que se unen unos a otros con mayor fuerza cuando son sometidas a movimientos telúricos. Por otro lado las cubiertas de tamaño descendente superpuestas en pisos de estas pagodas permite que cada una de ellas se mueva, al impulso del terremoto, lenta, independientemente y en sentido contrario, unas respecto de las otras, equilibrando así sus impulsos opuestos y evitando rupturas. Y finalmente, cuando Namazu se mueve, el grueso pilar central que atraviesa a las pagodas desde su base hasta su parte superior, oscila y, a la vez, mantiene los pisos o cubiertas en su lugar.
Tras el terremoto que arrasó Edo (actual Tokio) en 1855, se imprimieron entre 200 y 300 dibujos xilográficos (ukiyo-e) alusivos a Namazu, y que fueron llamados “namazu-e”. Algunos fueron vendidos como pergaminos para proteger a su propietario de futuras desgracias, y en otros casos alabando a la criatura como un animal benefactor y protector del hombre que con sus movimientos avisa de un inminente terremoto para cambiar el mundo de manera positiva, siendo adorado como un yonaoshi daimyōjin (deidad de la rectificación del mundo). Hoy en día los refugios o zonas de seguridad contra los terremotos en Japón se señalan con el dibujo de un siluro sonriente. Además, cuenta la leyenda que los siluros se comportan de forma errática ante la inminencia de un terremoto y es tan arraigada esta creencia en Japón, que muchos los mantienen en sus casas con el ánimo de que prediga a tiempo la llegada del cataclismo. Es probable que algo haya de cierto en esto, en primer término porque las ondas sísmicas que preceden al terremoto son en muchas ocasiones perceptibles por animales que tengan desarrollado este sentido y, además, el medio acuático es un buen transmisor de las vibraciones. El siluro es, por tanto, un animal que es visto como protector del hombre en la eventualidad de un terremoto, y por eso nos saluda sonriente y ufano en los carteles que hay emplazados a lo largo de las rutas de emergencia que jalonan el país.
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